El cine, que podía haber tenido una dirección sublime como medio de representación artística, fue diseccionado con intereses políticos, económicos e incluso religiosos.
A fines del siglo XIX la proyección de imagen en movimiento genera gran asombro entre quienes lo observan. Un ejemplo que podría aclarar este asombro, es la proyección de Auguste y Louis Lumière, quienes exhiben “L'Arrivée d'un train à La Ciotat“ ("El arribo del tren a La Ciotat"). Esta exhibición registra un hecho, que aunque la historia luego haya negado o lo haya tildado como mito urbano, indirectamente nos habla del asombro que este invento provocó. En el momento en que la proyección mostraba al tren acercándose hacia la pantalla proyectada, muchos de los espectadores salieron corriendo de sus butacas. Más allá de que este hecho sea real o mítico, el sólo hecho que haya circulado como un rumos popular da cierta validez a nuestro punto de vista.
Más allá de cualquier cosa dicha anteriormente el cine era una promesa porque rápidamente comenzó a generar el masivo interés de los individuos sociales. Algo extraño le sucedía a las personas que se paraban frente a una proyección, era como irse de la realidad inmediata y poder asumir mentalmente una historia que desconectaba en gran medida los pensamientos rumiantes de la mente humana.
Nadie se detuvo a pensar que este nuevo invento aparecido después de la Revolución Industrial, podría transformarse en un verdadero lobo disfrazado de oveja, o si se quiere, una invención muy mal desarrollada.
El interés masivo por este nuevo tipo de entretención comenzó a llamar la atención de quienes manejaban los intereses sociales por los años veinte, así se consolidó una industria cinematográfica en los Estados Unidos de Norte América. Comenzaron a crear reglas de exhibición y censura. Rápidamente este invento resultaría un buen manejo de masas para que ciertos intereses, sobre todo políticos, pudieran llevarse adelante. Era fácil controlar a las masas, mostrando a estrellas cinematográficas como iconos de anhelos sociales. Los sueños de muchos eran mostrados como situaciones sublimes que sólo se podían alcanzar a través de la pantalla grande. En definitiva los grandes sueños del hombre estaban separados por una gran brecha, a la que sólo quienes dejaban sus manos en el cemento de una avenida californiana tenían acceso. Eran seres estereotipos sublimados que tenían todo lo que uno socialmente podía desear, es decir lo más sublime que en el sistema social se podía alcanzar.
Entonces los individuos sociales, sometidos a un sistema que desde un comienzo no ha podido esconder bien sus fallas, se ven refugiados en este “sueño americano” que, por causa de la economía de exportación, se nos presentaba como un sueño que sólo algunos tenían la suerte de experimentar; un sueño sólo interpretado por las estrellas de cine que sonreían en las revistas del jet set anglosajón; un sueño que en el tercer mundo parecía lejano y que a la vez nos restregaba en la cara la pobreza de un pueblo tercermundista víctima de la prostitución que la división republicana y comunista generó.
Pero, pesé a todo este control y manejo, grandes obras fílmicas han podido llegar como una representación estoica hasta nuestra retinas, obras que a través de símbolos han logrado mostrarnos la esencia primaria de este Homo Sapiens que quiso jugar a la civilización. Obras que hablan de un ser humano trizado, que queriendo ser civilizado transó los instintos intrínsecos de su naturaleza animal; en busca de importancia, de brindis hedonistas, de falsos orgullos, de competencia y de un alma aterrada en el vértigo de este individualismo post moderno del siglo XXI.
Pero por acá comenzamos a despertar, el hombre comienza lentamente a entender que llevamos casi un siglo interpretando a robots que se han desconectados de su fuente vital llamada Naturaleza. Acá comienza la nueva era del cine; a principios del siglo XXI, quizás el nacimiento de su verdadera utilidad, sanar mediante símbolos a través de un arte que es capaz de sublimar la realidad.
Somos los próceres del nuevo cine, para hacer del éste el espejo fílmico del hombre, quizás de este modo comencemos a entender lo lejos que hemos estado de lo importante, soportando el peso de armaduras y máscaras mientras entendemos que la civilización no es otra cosa distinta a la mitología de la Torre de Babel que tarde o temprano fue víctima de su caída y destrucción.
Marcial Cañas.
A fines del siglo XIX la proyección de imagen en movimiento genera gran asombro entre quienes lo observan. Un ejemplo que podría aclarar este asombro, es la proyección de Auguste y Louis Lumière, quienes exhiben “L'Arrivée d'un train à La Ciotat“ ("El arribo del tren a La Ciotat"). Esta exhibición registra un hecho, que aunque la historia luego haya negado o lo haya tildado como mito urbano, indirectamente nos habla del asombro que este invento provocó. En el momento en que la proyección mostraba al tren acercándose hacia la pantalla proyectada, muchos de los espectadores salieron corriendo de sus butacas. Más allá de que este hecho sea real o mítico, el sólo hecho que haya circulado como un rumos popular da cierta validez a nuestro punto de vista.
Más allá de cualquier cosa dicha anteriormente el cine era una promesa porque rápidamente comenzó a generar el masivo interés de los individuos sociales. Algo extraño le sucedía a las personas que se paraban frente a una proyección, era como irse de la realidad inmediata y poder asumir mentalmente una historia que desconectaba en gran medida los pensamientos rumiantes de la mente humana.
Nadie se detuvo a pensar que este nuevo invento aparecido después de la Revolución Industrial, podría transformarse en un verdadero lobo disfrazado de oveja, o si se quiere, una invención muy mal desarrollada.
El interés masivo por este nuevo tipo de entretención comenzó a llamar la atención de quienes manejaban los intereses sociales por los años veinte, así se consolidó una industria cinematográfica en los Estados Unidos de Norte América. Comenzaron a crear reglas de exhibición y censura. Rápidamente este invento resultaría un buen manejo de masas para que ciertos intereses, sobre todo políticos, pudieran llevarse adelante. Era fácil controlar a las masas, mostrando a estrellas cinematográficas como iconos de anhelos sociales. Los sueños de muchos eran mostrados como situaciones sublimes que sólo se podían alcanzar a través de la pantalla grande. En definitiva los grandes sueños del hombre estaban separados por una gran brecha, a la que sólo quienes dejaban sus manos en el cemento de una avenida californiana tenían acceso. Eran seres estereotipos sublimados que tenían todo lo que uno socialmente podía desear, es decir lo más sublime que en el sistema social se podía alcanzar.
Entonces los individuos sociales, sometidos a un sistema que desde un comienzo no ha podido esconder bien sus fallas, se ven refugiados en este “sueño americano” que, por causa de la economía de exportación, se nos presentaba como un sueño que sólo algunos tenían la suerte de experimentar; un sueño sólo interpretado por las estrellas de cine que sonreían en las revistas del jet set anglosajón; un sueño que en el tercer mundo parecía lejano y que a la vez nos restregaba en la cara la pobreza de un pueblo tercermundista víctima de la prostitución que la división republicana y comunista generó.
Pero, pesé a todo este control y manejo, grandes obras fílmicas han podido llegar como una representación estoica hasta nuestra retinas, obras que a través de símbolos han logrado mostrarnos la esencia primaria de este Homo Sapiens que quiso jugar a la civilización. Obras que hablan de un ser humano trizado, que queriendo ser civilizado transó los instintos intrínsecos de su naturaleza animal; en busca de importancia, de brindis hedonistas, de falsos orgullos, de competencia y de un alma aterrada en el vértigo de este individualismo post moderno del siglo XXI.
Pero por acá comenzamos a despertar, el hombre comienza lentamente a entender que llevamos casi un siglo interpretando a robots que se han desconectados de su fuente vital llamada Naturaleza. Acá comienza la nueva era del cine; a principios del siglo XXI, quizás el nacimiento de su verdadera utilidad, sanar mediante símbolos a través de un arte que es capaz de sublimar la realidad.
Somos los próceres del nuevo cine, para hacer del éste el espejo fílmico del hombre, quizás de este modo comencemos a entender lo lejos que hemos estado de lo importante, soportando el peso de armaduras y máscaras mientras entendemos que la civilización no es otra cosa distinta a la mitología de la Torre de Babel que tarde o temprano fue víctima de su caída y destrucción.
Marcial Cañas.