jueves, 12 de marzo de 2009

Despidiendo el Verano

Acá estamos, en una tarde de esas que despiden el verano.
Vengo como despertando de un largo sueño que contradictoriamente parece no haber tenido más tiempo que el de un frágil sueño nocturno.
Es como caminar en la oscuridad sin darse cuenta que todo está oscuro; mientras tu corazón late en un desesperado anhelo que no sabes ni de dónde viene ni para dónde va. Entonces buscamos ese anhelo desesperado por todas partes; fallando y fallando sin cesar.

Tantos miedos frente a la vida que se interpretan como un niño herido. Herido supongo porque le ha faltado sentirse importante frente al primer hombre en el que confió para que le mostrara el mundo.

Te conformas con poco o vives duramente hasta que se te acaben las ganas de vivir. Luego si caes en cuenta que no eres feliz supones que es una regla general y crees que si tu no lo fuiste, nadie más será capaz de hacerlo. Es sencillo, te cansas, te rindes y decides ver como se van pasando los días en esta agonía. Algunos días vienen a verte pajaritos, animales o insectos; y tu aún sin darte cuenta que lo único verdadero está en lo simple. Pero es cierto, todo tiene su tiempo y “más temprano que tarde” todos los caminos llegan a Roma.

Estas consciente que las cosas no andan bien y que te gustaría mejorarlo, entonces razonas y hurgeteas en un pensamiento tras otro… pero te cansas porque ese camino tampoco puede llevar a ninguna parte.

Nos olvidamos de lo simple y es por eso que sufrimos tanto. Nada tiene importancia; ni el dinero, ni el futuro, ni siquiera la propia vida, si uno no logra ser feliz. Y para ser feliz no se busca nada afuera de uno mismo. Para ser feliz uno debe entender que aún sin casa, sin perro y sin auto, se puede ser feliz en cualquier parte del mundo. Igual que cuando se era niño y daba lo mismo si la ropa se lavaba en una “moderna” lavadora de los ochenta o en una artesa de madera por las manos agrietadas de una mujer.

Así despiertas un día,
y te parece cómo si estuvieras desnudo sólo frente a ti mismo.
Descubres que has caminado toda la vida con el corazón herido; en el intento de protegerte y evitar el dolor, has vivido una vida parecida a una mascara que no te corresponde. Entonces no reconoces tu propio camino, lo perdiste en alguna parte de tu vida y ahora debes retroceder a buscarlo.

Pero entiendes que este primer hombre que te mostró el mundo también estaba herido y lo más probable es que la herida haya sido la misma. Entonces caminas la vida luchando, siempre defendiéndote contra algo; los seres de la naturaleza no luchan para vivir, las especies no son conscientes de que sobreviven, simplemente viven. Sobre-vivir es sólo un verbo que ha calificado el hombre.

De alguna extraña forma, quizás en una de esas tardes que despiden el verano, descubres que nunca ha existido una herida y menos alguna lucha que sostener. Entonces entiendes que la vida se acabará pronto y que nunca es tarde para vivir la vida despiertamente: Avanzar en el letargo de la vida o simplemente olvidar el tiempo y actuar en el mundo.

Entonces me incorporo en el mundo, entiendo que en mí mismo está todo lo que necesito para hacerle caso a mi corazón, que no dependo de nadie y que sobre mí se despliega una fuerza que me guía día a día mientras confío que mañana habrá otro nuevo amanecer.

Soy hijo del mundo y he venido a cumplir una misión dictada por mi corazón. En mí están las herramientas y no hay nada que necesite buscar por fuera.

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