Esta es la historia que muestra como la mente terminó siendo la más temible arma del hombre post moderno. Así damos cuenta de este cambio de era, con la caída de las dos torres, las torres de lo dual, o de la pareja de opuestos, que tanto han dividido al hombre. Lo bueno y lo malo; lo lindo y lo feo; el cielo y el infierno; el amor y el odio, sucumben y liberan al hombre de su fractura y separación con ese misterio que no puede ser nombrado y que no puede ser comprendido por la mente; la razón es el elemento que no permite integrarnos como totalidad, dejando la abrumadora individualidad de este hombre del siglo XXI.
El arte del siglo XX y la visión separatista del artista del siglo XXI buscan una manifestación de lo inmanifiesto que sustenta enigmáticamente a la materia , de ese misterio que tanto ha ocupado al hombre.
Si consideramos que la representación artística del hombre no puede pretender manifestar lo inmanifiesto, así como el árbol no puede hablar de su misterio, es la materia en sí misma, en sus límites espaciales, que al mostrarse evidente y desnuda, puede evocar en el inconsciente este misterio que no puede ser nombrado,
En definitiva es imprescindible sanar el corazón del individuo post moderno, abrumado por el enfrentamiento de su individualidad dislocada y separada, confrontada con el pálpito inconsciente de un organismo totalitario y unificado. Y es este conflicto el que debe ser sanado por el arte, y por ende por el artista del siglo XXI.
El individuo es un ser que no nace comprometido a una sociedad, más que por el vínculo circunstancial con sus padres. En pos de la libertad de cada uno de los seres humanos, es que el individuo tiene pleno derecho a desestimar su participación social. La referencia de este punto de vista no tiene que ver con el hecho de alejarse del resto de la humanidad, sino solamente con un modelo social materialista que ya está fracturado y cada vez está más cerca de su caída final.
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