viernes, 14 de noviembre de 2008

Algo como Matrix

Y soñamos con robots pero no somos más que la representación de ellos mismos hechos a escala. No podemos darnos cuenta que nuestras fantasías futuristas son una verdadera analogía de este hombre post-moderno, quien hace ya mucho tiempo se quedó dormido y ahora lentamente comienza a despertar. Somos verdaderas máquinas, con un chip quien sabe dónde, encargado de hacernos actuar según el protocolo social lo vaya determinando. Nuestras acciones ya no son nuestros deseos, sino simplemente las necesidades de otro, nuestras acciones se han remitido al cumplimiento cabal del protocolo social. Es el chip quien nos enferma, son los paradigmas que hemos almacenado inconcientemente dentro de nosotros. Entonces la vida está llena de reglas que no permiten al hombre poder cumplir su misión en la tierra, en un mundo sin aparentes fronteras.

No cumplir el protocolo social nos encierra en abismantes miedos, dónde nos retorcemos y la culpa se transforma en un verdadero infierno. Entonces estamos trabados porque sin la libertad que necesitamos no podemos entender el gozo de la vida, y nuestra única condena será estar atrapados en el ciclo de la felicidad y la infelicidad hasta que de alguna forma podamos tomar conciencia.

Y la verdad la tenemos frente a nosotros mismos. Pero cómo iba a creer el hombre del siglo IV que la tierra era redonda. Había que probarlo, no era sólo un asunto que alguien escribiera en un libro, o simplemente una voz en el aire.

Nos hemos construido una torre, parecida a la de Babel. En ella tenemos sistemas, parámetros, creencias, conductas, razones, paradigmas, estatutos y normas. En ella vivimos y en ella nos aislamos de todo el vasto e infinito universo que nos rodea. Perdemos de vista lo importante y esta torre nos ofrece asilo y el status quo frente a todos nuestros miedos, miedos que por cierto existen sólo en esa torre, porque afuera de ella nada es realmente tan importante, porque afuera el universo vive en armonía.

Creemos inequívocamente que nosotros mismos decidimos, pero ya estamos tan absortos dentro de los paradigmas sociales, dentro de esta torre, que no percibimos nuestras “decisiones”; parecidas a un mecanismo autómata que controla nuestras horas, nuestros días, semanas y años de la vida.

Nos despertamos todas las mañana sin obedecernos a nosotros mismos, simplemente debemos subirnos a cualquier vehículo de metal que nos traslade a donde nos traslada todos los días.

Mientras tanto nuestra mente vuela muy lejos, añorando el tiempo en que esta historia no se repita más. Y para entonces ya estaremos viejos, nuestros músculos cansados, nuestros anhelos destruidos por el tiempo, nuestra libertad de movernos hacia donde queramos finalmente aniquilada. Tendremos clavada en la mirada la nostalgia de tiempos que pudieron haber llegado. Y ahí, ya se nos fue la vida y lo único que nos resta es esperar a la muerte que acecha insoportablemente.

Ejecutamos nuestra motricidad robóticamente para cumplir nuestra labor diurna, mientras nuestra mente piensa en todo lo que podría estar haciendo si no tuviera que cumplir con esta robótica conducta, y nuestro corazón reclama lejano pero incesante. Entonces finalmente nuestra mente se transforma en una especie de refugio donde nos agazapamos y escondemos.

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