jueves, 13 de noviembre de 2008

Paraíso

Hace ya mucho tiempo no existía el cemento separando la individualidad del hombre, no existían los miedos, porque éramos libres de acuerdos racionales y sólo vivíamos con nuestro corazón. El universo era nuestro y no nos conformábamos con vivir en algo parecido a una caja de cartón elevada en las alturas, con gimnasio, lavandería y ascensor. Era imposible soñar con algo como eso, si había tanto, de todo y para todos. La ira, el odio, el egoísmo no existían porque nadie había sufrido abuso cuando niño. La humanidad vivía sin miedos y entonces el presente se transformaba en un fenómeno milagroso que había que agradecer como ninguna otra cosa en nuestro pasar por este mundo.

Llegar a este mundo sólo a ser lo que en el fondo de nuestro corazón somos, es la misión más importante a la que hemos venido. Pero equivocamos el camino cuando creemos que tenemos que ser de cierta forma impuesta, y lo equivocamos mucho más cuando pretendemos el destino de otro para nuestras vidas.

El Paraíso lo abandonamos cuando dejamos el corazón de lado y entonamos el juicio frente a todo lo que perciben nuestros sentidos. La constante evaluación de lo que nos rodea nos mantiene ocupados en la mente, divagando por mundos lejanos, por miedos irreconciliables, lejos de nuestros latidos, alejados de esa verdad individual que cada uno vino a interpretar.

En el Paraíso se vive sin miedos, se vive en plena libertad para el hombre, siendo éste un hombre de virtud que respeta el ciclo de la vida y vive en permanente éxtasis con todo lo que le rodea. No se necesitan cosas, en cambio sí se crean cosas y nuestros cinco sentidos son sólo una pequeña parte de todo lo que hay a nuestro alrededor. “Nuestra percepción crece, nuestros sentimientos actúan, nuestros pensamientos obedecen y nuestra intuición nos guía”.

La historia o mitología religiosa nos relata en sus orígenes que cuando el hombre come del “Árbol del Conocimiento del Bien y el Mal” es expulsado del Paraíso. Ahí su mente se divide en esta ancestral dicotomía de lo diestro y lo siniestro, del bien y del mal.

Luego el “hombre ciego” se aprovecha y empeñando las religiones y sus políticas, atemoriza al pueblo con el infierno bajo el no cumplimiento de ciertas reglas. Entonces el hombre ya dividido, y bajo el temor de quedar atrapado en esa oscuridad profunda, camina todo el resto de sus días escapando de la culpa. “Los hombres ciegos” nos controlan y disponen sus iglesias para mantenernos atrapados entre rezos, dogmas, infiernos y ángeles. Así nos olvidamos de la Vida, de la Luna, del Sol, de lo maravilloso que es el Mundo donde vivimos. Finalmente nuestra mente se transforma en la oscura caverna donde nos guarecemos llenos de miedos, en el juicio de lo correcto y lo incorrecto. Nos encerramos dentro de esta caverna y los días pasan sin sentido, mientras el cuerpo reclama que todo esto terminé pronto. Nos olvidamos de la vida, entonces la culpa nos suicida y nada de nada cobra sentido.

Pero pareciera necesario abandonar el paraíso, pareciera ser parte de este juego llamado vida tener que emprender el viaje fuera de casa. La única forma quizás de no olvidar lo que este paraíso significa.

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